lunes, agosto 22, 2011

Construcciones

Galería de Alexander Corrales. Ilustración: Paraíso, para Rep. Dominicana / Colección Patria Grande / Radio Nederland Training Centre Latin America (RNTC).

Por Eduardo Anguita
Para Miradas al Sur

Que esta semana haya sido la del millón de netbooks para estudiantes secundarios y de los dos millones de visitantes a Tecnópolis, confirma que la mitad de los votantes del domingo pasado entraron al cuarto oscuro con los dos pies en el siglo veintiuno. La década del noventa, alineada con las recetas neoliberales del Consenso de Washington, puso dramáticamente a la Argentina alineada con las iniciativas privatistas que favorecieron los intereses financieros de las metrópolis. Dos décadas después, un Estado recuperado para un proyecto nacional y popular puede ser el gestor de los nuevos paradigmas de la educación y también el promotor de la apropiación de la tecnología aplicada. Y no es porque este Estado tenga la capacidad de generar laboratorios independientes de los centros de poder industrial y de fabricación de productos de última generación, sino porque el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner utiliza los recursos, escasos, de los que dispone con gran iniciativa y con un criterio soberano.
Mientras la recesión ocupa la escena de los países centrales, mientras las Bolsas de las principales metrópolis son presa de la timba financiera, la Presidenta afrontó su primera semana después de un éxito electoral resonante de las primarias con un paquete de medidas que se conocerán en las próximas semanas destinadas a elevar la Asignación Universal por Hijo, aumentar el salario mínimo vital y móvil, fondear créditos para las pequeñas y medianas empresas y con la profundización de los acuerdos regionales, que tendrán como pivote el flamante Consejo Suramericano de Economía y Finanzas de Unasur. Los mandatarios de la región comenzaron a conjugar un verbo nuevo: la idea de desdolarizar el comercio intrarregional (120.000 millones de la moneda norteamericana) es una de las tantas medidas que intentan despegar a la región de las turbulencias de Europa y Estados Unidos. La idea argentina, compartida por la mayoría de los miembros de Unasur, es el uso conjunto de las reservas de los bancos centrales para tomar medidas contracíclicas destinadas a obras públicas que integren más a las naciones. Sería no sólo la base de la creación del Banco del Sur sino una manera de plasmar la idea de Patria Grande, una identidad que cobró fuerza con los festejos bicentenarios en la mayoría de nuestros países.
Aquella debilidad extrema del default de fines de 2001 se fue convirtiendo en la fortaleza de la Argentina desde que Néstor Kirchner asumió el gobierno, en mayo de 2003. Apenas cuatro meses después, durante la reunión anual del FMI realizada en Dubai, Emiratos Árabes, Kirchner hizo una propuesta inédita hasta entonces a los acreedores externos del sector privado. Les propuso que cambiaran los bonos defaulteados –que nominalmente eran más de 80 mil millones de dólares– por unos bonos a emitirse con una quita nominal del 75%. Pero, además, que no reconocían los intereses desde diciembre de 2001, con lo cual la quita se elevaba al 92 por ciento. El economista heterodoxo norteamericano Joseph Stiglitz, que había sido vicepresidente del Banco Mundial hasta 2000 y que había ganado el Nobel de Economía precisamente en 2001, salió a aplaudir la propuesta hecha en el desierto más grande del mundo, el del Sahara. Aquella aparente quijotada tuvo un valor mucho más épico dos años después, cuando en noviembre de 2005, en la Cumbre de Mar del Plata, Kirchner, como anfitrión, le dijo en la cara a George Bush que la Argentina, de ningún modo sería signatario de una Asociación Latinoamericana de Libre Comercio. El Alca, como había dicho el venezolano Hugo Chávez, se iba al-carajo. Dos años después asumía la presidencia Cristina Fernández de Kirchner, fue un 10 de diciembre de 2007 y los presidentes latinoamericanos, que estaban en Buenos Aires, tomaban el compromiso de fomentar el Banco del Sur.
Kirchner de verde oliva. La visita concretada esta semana por el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, fue un impulso decisivo a la creación de mecanismos económico-financieros de la región. Fue el mismo Santos, en oportunidad de la asunción de Ollanta Humala, hace menos de un mes, quien propuso avanzar en ese sentido. Cualquiera que haya observado con quiénes caminaba Santos en los festejos del nacionalista Humala no debe haberse sorprendido de quiénes fueron sus interlocutores durante su estadía ahora en Buenos Aires. Vale la pena recordar que Santos era el ministro de Defensa de Álvaro Uribe cuando, apenas dos semanas después de la asunción de Cristina, Néstor Kirchner viajaba a Venezuela y Colombia para encabezar una misión humanitaria llamada Operativo Emmanuel y que fue impulsada por el venezolano Hugo Chávez. La movida, que contó con la presencia del brasilero Marco Aurelio Garcia y el director de cine norteamericano Oliver Stone, entre otros, estaba destinada a que estas personalidades fueran garantes de la liberación en plena selva de un grupo de rehenes de las Farc. Kirchner había tomado la precaución de llevar camisa y campera verde pero, eso sí, combinados con sus clásicos mocasines negros. El enfrentamiento entre Chávez y Uribe llevaba años y para el venezolano, ser el autor mediato de esa distensión de la guerrilla colombiana era vivido como un éxito anticipado. Durante los últimos tres días de 2007, las Farc dilataban la liberación de los rehenes, entre los que se encontraban la dirigente política Clara Rojas y su hijo Emmanuel, nacido como fruto de la relación de ella con uno de los guerrilleros. Una cantidad de inexplicables dilaciones concluyó con una conferencia de prensa de Uribe en la base de Apiay, una fortaleza donde los militares colombianos fueron crueles con los guerrilleros o campesinos opositores que capturaban. Allí, al calor del último día del año, Uribe anunciaba que, según su propia información, Emmanuel no estaba en posesión de las Farc sino que vivía en un orfanato en las afueras de Bogotá. La versión parecía extraña pero contrastaba con los confusos comunicados de las Farc. Uribe habló sereno, a su lado, silencioso, estaba su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. Terminaba 2007 y el Operativo Emmanuel languidecía. Kirchner estaba en la escalerilla del Tango 01 dispuesto a iniciar su regreso sin gloria hacia Buenos Aires. Lo mismo hacía el mítico director de cine que antes de hacer films denunciando la guerra de Vietnam le había tocado ser soldado norteamericano en aquella invasión. Un grupo de uniformados se acercó a Kirchner y éste demoró la salida del avión. “El presidente Uribe quiere hablar con usted”, le dijo quien encabezaba la comitiva. El argentino de camisa verde y mocasines fue al encuentro de Uribe. No pasó mucho tiempo y Kirchner volvió. Se acercó al entonces canciller Jorge Taiana y a su asesor Rafael Folonier y les confió que Uribe le había dicho: “Presidente, tengo mucha necesidad de que usted me ayude en la relación con el presidente Chávez”. Santos fue testigo del diálogo. “Al menos me llevo algo interesante”, dijo Kirchner, quien encaró el regreso con tan buen ánimo que brindó con todos los que pasaron ese comienzo de 2008 a diez mil metros de altura. En un momento, con su copa de champagne, se acercó a Taiana y a quien escribe estas líneas, ambos conocedores de los 31 de diciembre en algunas cárceles argentinas. “Fines de año jodidos ustedes pasaron bastantes, pero raro como éste seguro que ninguno…”, dijo el Pingüino con picardía y brindó con ambos.
El Santos. Aquel ministro de Defensa era sobrino nieto de un presidente, hermano de quien presidiera la Sociedad Interamericana de Prensa, primo de un ex vicepresidente del mismísimo Uribe, y él mismo había sido ministro de liberales y conservadores. Además, tiene un currículum académico en Administración de Empresas en universidades norteamericanas e inglesas y fue durante años representante en Londres de la exclusivísima Federación Nacional de Cafeteros de Colombia. Lo que cualquiera diría un cuadro de los sectores dominantes. Durante el almuerzo que la presidenta argentina le ofreció el pasado miércoles en el Museo del Bicentenario, el presidente colombiano habló varias veces de combatir la pobreza y de avanzar en medidas para lograr la igualdad. En ningún momento habló de la guerra contra el narcotráfico o contra el terrorismo. Fue enfático en consolidar los lazos entre naciones suramericanas, no mencionó a Estados Unidos. Rindió un sentido homenaje a Néstor Kirchner y agradeció sus gestiones para evitar la profundización de conflictos con sus limítrofes Ecuador y Venezuela. Los empresarios aplaudían. También aplaudían las madres y abuelas de Plaza de Mayo, así como los representantes de organizaciones sociales y sindicales presentes. Por supuesto, Santos, al día siguiente, mantenía una reunión con lo más granado del empresariado en la sede del Jockey Club de Buenos Aires. La ampliación de fronteras ideológicas de Unasur no transgrede las identidades de cada uno de los integrantes. Colombia tiene un intenso comercio exterior con Estados Unidos y tiene un tratado de libre comercio con la gran potencia. También tiene firmados convenios de arancel cero con Chile y con México. Para muchos empresarios, esta decisión de Santos de alinearse junto a José Mugica, Evo Morales, Hugo Chávez, Dilma Roussef, Rafael Correa o Cristina Kirchner constituye una novedad que los deja descolocados ideológicamente pero también representa un aggiornamiento a una región que ofrece cada vez más oportunidades de negocios.
Es interesante tratar de entender las causas por las cuales algunos ejecutivos se involucran en los nuevos aires suramericanos. Sin duda, se trata de una adecuación a la caída, probablemente definitiva, de los paradigmas librecambistas concebidos por el FMI y la emergencia de gobiernos populares con Estados que impulsan la industria, la obra pública y se perfilan como las nuevas locomotoras del crédito en la región. Nadie puede imaginar que se trate de un encantamiento o de una repentina adhesión a los reclamos de los desposeídos. Pero está claro que entre las fuerzas sociales que puedan consolidar una Suramérica potente están los empresarios que invierten y apuesten por la región.
Fuera de cualquier hipótesis constructiva se encuentran las morbosas declaraciones del presidente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Biolcati, quien esta semana, lejos de entender por qué diez millones de argentinos prefieren a Cristina, dijo muy suelto de cuerpo que el resultado se debe a que la gente “mira a Marcelo Tinelli, y si puede pagar el plasma no le importa nada más”. Lo que resulta inadmisible no es el desvarío de Biolcati, sino que sus dichos fueron en una conferencia de una autodenominada Asociación de Dirigentes de Empresa (sin ese, en singular, como si se tratara de un ente supremo y singular). Biolcati habló mientras Santos se reunía con empresarios entre los que no estaba invitado y en su discurso se reconoció mentiroso. Para relativizar el caudal del voto de los sectores rurales, dijo: “Cuando nos convenía nosotros nos vendimos como el 15 por ciento del padrón, pero en realidad no llegamos al ocho”. Se refería, obviamente, al conflicto de la Mesa de Enlace sobre las retenciones en 2008. Reconoció, además, que en ese entonces “mucha gente de los pueblos y las ciudades apoyó la protesta del campo, pero la mayoría no tenía ni idea de lo que era la 125”. Es cierto, ahora, con los pies en el siglo veintiuno y gracias al superávit fiscal y comercial, entre los que se cuentan las retenciones agropecuarias, muchas madres y abuelos pueden aprender a usar la netbook que los pibes llevan a la casa después de usarla en la escuela.