sábado, diciembre 04, 2021

La sencillez del paraíso educativo



Finlandia, el país número uno del mundo en términos de educación, en la mirada de Michael Moore. Para mirar, escuchar, pensar y reflexionar.

jueves, noviembre 25, 2021

Abriendo las puertas del cielo...



Bolívar y Humberto 1º, esquina porteña. San Telmo se agita con el tránsito semanal y el turismo transeúnte. En ese rincón urbano, marcado a presión entre dos puertas altas y flacas, una más oscura que la otra, Diego Armando Maradona se estira en su pose icónica para impulsar la pelota con su rodilla derecha. La obra le pertenece a las manos talentosas deDavid Luzza, quien pintó el mural en 2016. Puede que lo hayan visto en el libro Buenos Aires, arte urbano, entre las 100 piezas más bonitas de la ciudad. O, mejor, que se lo hayan encontrado callejeando por ahí. Si no, ya saben donde ir a verlo: Bolivar, a mano izquierda en sentido del tránsito, antes de llegar a Humberto 1º
. (Revista Un Caño).

Sí, ahí está el, como su impronta de mago, abriendo las puertas del Cielo, de su Cielo.

Sí, la imagen que también decora nuestra camiseta del Misura Leyendas y tantos rincones del mundo y de la historia y de los cielos de los cielos.

Desde acá, nosotros, modestos terrenales, te decimos lo de todos los días: gracias, perpetuas gracias.

Más:

Ese idilio de Maradona, en Las otras historias de Clarín.com.

El pibe de siempre, en Las otras historias de Clarin.com.

Bellezas de la Mano de Dios, en Las otras historias de Clarin.com.

sábado, octubre 16, 2021

Escuchando a Pepe...


Pepe Mujica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015. Referencia de nuestro tiempo. Para escuchar... Y pensar.

martes, septiembre 21, 2021

El Ejército de la Pelota


"Golaaaaaaazoooooooo", grita el relator como si no le importara quedar disfónico al día siguiente, por una semana o por toda la vida. Celebra como si la felicidad dependiera de ese partido. El estadio Nacional de San José resulta el paraíso por un rato. De repente, los desconocidos parecen amigos de toda la vida. Y se abrazan. Joel Campbell acaba de marcar el tercer gol de Costa Rica frente a Estados Unidos, por las Eliminatorias para Brasil 2014. El delantero es moreno, nació en esa misma ciudad que ahora lo ovaciona, lleva el número 12 en la espalda y todos lo conocen por un apodo, La Joya. A los 21 años, juega para el Olympiakos de Grecia, cedido por el Arsenal inglés. Es la cara de una victoria clave para Los Ticos. Queda enterrado por sus compañeros en el grito compartido por todos. Al levantarse, sonríe. Sabe que cumplirá un sueño en breve: ser uno de los pocos futbolistas en haber disputado Mundiales de las tres categorías (ya jugó en Sub 17 y Sub 20). La escena sucedió en este setiembre, cuatro días antes del empate 1-1 frente a Jamaica, en Kingston, que garantizó el acceso de Costa Rica a su cuarta Copa del Mundo.


Hay otro personaje emblemático en el festejo. Y no es costarricense. Se llama Jorge Luis Pinto, nació en San Gil -Colombia- y, según dicen los especialistas, es uno de los entrenadores que más sabe sobre el fútbol de Centroamérica y el Caribe. Fue campeón en las cuatro Ligas en las que dirigió: Colombia, Perú, Costa Rica y Venezuela. Tiene un apodo que lo retrata: le dicen Explosivo. Y un aspecto que lo podría llevar al cine: si se dejara siempre el bigote, aprobaría cualquier casting para un western mexicano. Con él, La Sele se clasificó incluso antes de que las Eliminatorias de la Concacaf finalizaran. A su equipo le quedan dos partidos y Pinto ya anda buscando lugares para la concentración en la tierra de los pentacampeones. El, como casi nadie, entiende el significado que para los constarricenses tiene el seleccionado nacional. Lo aprendió en su primera experiencia, entre 2004 y 2005. Lo demuestra ahora, con su festejo entre abrazos.

El fútbol en Costa Rica resulta una cuestión central, un espacio de pertenencia que excede el campo de juego. Ahora, vía mail, el sociólogo Sergio Villena Fiengo -especialista en el tema- cuenta los detalles del significado de La Sele: "Costa Rica es un país que abolió el ejército en 1948 y que no tuvo guerra de la independencia como tal (aunque en 1856 tuvo que repeler a un filibustero norteamericano, William Walker, lo que convirtió a esta 'gesta' en un suerte de guerra de independencia). Por otro lado, Costa Rica definió como núcleo de la identidad nacional la idea de ser una sociedad pacífica y democrática. En ese marco, el futbol de selecciones masculinas mayores es un espacio ritual en el que de alguna manera se produce un 'retorno de lo bélico reprimido'. El discurso en torno a la selección está cargado de retórica belicista y épica, con elementos que resaltan la masculinidad/virilidad, así como la idea de 'conquista'. Este discurso, usual entre los medios de comunicación, también se constata en el discurso publicitario y en las manifestaciones de algunos aficionados, sin dejar de lado el propio equipo. Es significativo que en eliminatorias pasadas, se publicaran anuncios o se exhibieran mantas con la leyenda '¿Quién dijo que Costa Rica no tiene ejército?'. En resumen, la Sele parece ser imaginada, al menos por algunos, como un 'ejército sustituto'". El deporte rey en este territorio de América Central resulta frecuentemente un espejo de otras cosas.

En este país de poco menos de cinco millones de habitantes, una frase adjudicada a Albert Camus se transforma en verdad cada vez que La Sele juega: "Patria es la selección nacional de fútbol". El equipo representativo se fue transformando en un símbolo de defensa nacional, tal como lo sugiere también el escritor Juan Villoro en su libro Dios es redondo. Lo que sucedió tras la notable actuación en el Mundial de Italia, en 1990, es un testimonio al respecto. El entonces presidente Rafael Angel Calderón ofreció las siguientes palabras: "Hemos esperado más de 30 años para esto y nos han dado lo más maravilloso que ha ocurrido en la historia costarricense (...), lo más grande que nos ha dado Dios". No es realismo mágico; es el fútbol de Costa Rica en estado puro.

Sucedió aquella vez, de regreso de Italia, pero podría suceder en estos días o en cualquier momento. La escena es un encanto y una locura: el avión que trasladaba al seleccionado de los asombros, ese que en su estreno en una Copa del Mundo había accedido a los octavos de final, voló durante un puñado de horas a velocidad mínima por los 51.100 kilómetros cuadrados de territorio costarricense para recibir el cariño de cada uno de los ciudadanos a los que el orgullo no le cabía en el cuerpo, en el alma ni en ningún lado. En el mismo contexto, antes ya se había armado desde el Gobierno una Comisión de Recibimiento y se había decretado asueto. Se crearon carrozas para trasladar a los futbolistas al Estadio Nacional; fueron saludados por el Presidente, la Primera Dama y todos los ministros; las empresas privadas regalaban banderas con los colores patrios. La gente lloraba emociones en las calles. De aquellos días de hace dos décadas todavía se habla ahora que el equipo de ellos, de todos, imagina otro Mundial...


Este seleccionado que ahora es motivo de orgullo fue, durante cinco décadas, la historia de un crecimiento. En los 50, a La Sele se la conocía como Los Chaparritos de Oro. En los treinta años posteriores quedó presa de vaivenes. Un golpe y un espasmo glorioso y otro golpe. Apenas un par de aproximaciones la pusieron en la escena internacional: en los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984 -con la histórica victoria ante Italia, 1-0 con gol de Enrique Rivers- y la participación en el Mundial Sub 16 de China, en 1985. Eran días de búsquedas y de construcciones. Lo que sucedió pronto fue una consecuencia enorme y atractiva: un lustro después, Luis Gabelo Conejo atajaba como si fuera Superman y Juan Cayasso construía jugadas a la velocidad supersónica del Hombre Araña. Parecía magia, pero era realidad: así lo demostraron las posteriores presencias en Japón-Corea 2002 y en Alemania 2006. Más: en el Mundial Sub 20 de 2009, Costa Rica se posó a gusto en las semifinales (terminó cuarto detrás de tres escuelas de distintos continentes, Ghana, Brasil y Hungría).

Pero más allá del progreso visible, el fútbol representa muchas más cosas en Costa Rica. Es un modo de mostrarse en la región y en el mundo; un lugar en el que Los Ticos se pintan la cara para contarles a todos que esos colores son los de su bandera que nada sabe de guerras. El fútbol se interpreta como una manera de establecer contacto. La anécdota que sigue sucedió hace poco más de una década: en ocasión del Mundial Sub 17 de 2001, en Trinidad y Tobago. Los pibes de Costa Rica venían de derrotar 3-0 a Paraguay, en Malabar. El micro con el plantel iba rumbo a Puerto España, la capital. En el recorrido, varados, estaban dos periodistas argentinos procurando transporte. No habían aparecido gestos de generosidad hasta que los Ticos decidieron parar allí, en plena oscuridad, para auxiliar a los desconocidos. Preguntaron, invitaron, hablaron de Maradona, de Batistuta, también de los días inolvidables de 1990. Entre los costarricenses estaba el mismo Conejo que France Football había señalado como el mejor de la Copa del Mundo de Italia. "Ellos vienen con nosotros", dijeron los muchachos del seleccionado en el restorán del hotel para que los argentinos no se quedaran sin comida. El diálogo continuó más allá de la cena. Aquella sobremesa era otra demostración: Costa Rica -país de abrazos- latía de fútbol. Como ahora.

Texto publicado en Planeta Redondo, de Clarín.com

miércoles, agosto 04, 2021

Educar, innovar


Once alumnos, un profesor, doce días de clase. Un documental español sobre una experiencia educativa innovadora. Entre Maestros, una película que indaga en las raíces de la educación y que, sobre todo, invita a tener otras miradas.

Más:

Otros detalles, en IMDB.

miércoles, julio 07, 2021

Samanta Schweblin, espacio de literatura y reflexión

Samanta Schweblin, un encuentro con la palabra, con la literatura, con la reflexión. Una argentina en el exilio. Tan nuestra, tan universal.


jueves, junio 03, 2021

Mitos y mentiras sobre la pobreza


El análisis del Gran Maestro Bernardo Kliksberg sobre otra de las aristas alrededor de la pobreza: las mentiras de los cínicos. Historias de hace poco, historias de hoy.

Es una expresión de 2016. Es actual. De nuestro tiempo.

miércoles, mayo 05, 2021

martes, abril 06, 2021

Literatura desde el barro

ó

 Nació en Argelia cuando era colonia del Imperio Francés. Fue escritor, pobre, filósofo, arquero, comunista, admirador de Niestche, Pero sobre todas las cosas fue un mago. Sí, un mago de la palabra. Y del pensamiento.

miércoles, marzo 03, 2021

El fútbol como revolución


La Batalla de Argel (La Battaglia di Algeri - The Battle of Algiers) es una película italo-argelina de 1966 que trata de la guerra de Independencia de Argelia. Fue dirigida por Gillo Pontecorvo, que también participó en el guion y en la música (en este último aspecto, aconsejado por el maestro Ennio Morricone). Los personajes principales fueron representados por Brahim Hadjadj, Jean Martin y Yacef Saadi. La película fue galardonada con importantes premios cinematográficos internacionales.

Más: Los detalles, en IMDb

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¿Y si todo empezó en ese detalle? ¿En ese equipo de cracks que se animaba a la irreverencia? ¿Decirle que no al pie imperial no es un modo de generar independencia? Argelia, país de fútbol y de dignidades, puso muchos muertos en la Segunda Guerra en nombre de un país que estaba al norte, en Europa. Francia rechazaba a sus habitantes, los miraba con desprecio.


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Smail y Malika, los padres de Zinedine Zidane, lo podrían contar en detalle. Karim Benzema lo relataría con gusto. El documental Les Bleus lo sugiere de modo impecable. Fútbol de Argelia. Fútbol oculto. También un fútbol que cuenta una historia. De reivindicaciones, de búsquedas, de legitimación.

La guerra por la independencia de Argelia estaba en su momento de esplendor en 1958, cuando un grupo de futbolistas cracks de ese país se marcharon de Francia. El Frente de Liberación Nacional los utilizó para armar un equipo que jugara sin el reconocimiento de la FIFA en algunos países y diseminara el mensaje proindependentista.

Aquel equipo que marcó un antes y un después en la historia del fútbol y de esa nación hizo magia. Viajó por el mundo dando cátedra de fútbol. La FIFA no quería que jugaran. Jugaban igual. Futbolistas de élite en contra de la élite.

Fueron por Europa, por el norte de Africa, China, Vietnam. Era un mensaje más político que deportivo. Pero jugaban como lo que eran: cracks. El mensaje era que Argelia quería ser independiente. No más colonia de Francia. No más la bota imperial.

Corresponde el contexto: la guerra de Independencia de Argelia se desarrolló entre 1954 y 1962 y fue un periodo de lucha del Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLN), contra la colonización francesa establecida en el país desde 1830. El seleccionado de argelinos, encabezado por el inmenso Rachid Mekhloufi, representante de la revolución, crack del fútbol francés, fue emblema y cara visible de aquellos días de liberación.

En 1958, la Francia de Kopa -Balón de Oro ese año- y los 13 goles de Fontaine -récord de las Copas del Mundo- hizo historia en el Mundial de Suecia. El entrenador Albert Batteaux, contaba con Rachid Mekhloufi (figura del Saint-Étienne), Mustapha Zitouni (Monaco) y Said Brahimi (Toulouse), tres jugadores nacidos en Argelia. Orgullosos de eso, claro.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, la voluntad de independencia recorrió Argelia, aún colonia francesa. Después de la represión en Setic y Guelma en 1945, el Frente de Liberación Nacional decidió endurecer sus acciones.

El 1 de noviembre de 1954 ejecutó unos treinta atentados encadenados (lo que se conoció como el Toussaint rojo), contra intereses y ciudadanos occidentales y musulmanes identificados con la colonia. Era el principio de la Guerra de Argelia.

Poco antes, los dirigentes del FLN descubrieron un arma añadida de gran poder: el fútbol. El 9 de septiembre, la tierra tembló durante 12 segundos en Orleansville. Hubo 1.400 muertos, miles de heridos y una ciudad arrasada. Se le cambió el nombre: tras ser reconstruida, se la llamó El-Asnam.

Luego, en París se organizó un partido a beneficio para ayudar a las víctimas. Jugaron entre la selección francesa y un equipo random con jugadores del Magreb (marroquíes, argelinos y tunecinos). Cuenta el diario Marca: "Larbi Ben Barek (que ese año había cambiado el Atlético de Madrid por el Marsella) dirigió un triunfo en el Parque de los Príncipes que dejó estupefactos a los franceses, enloqueció a los norteafricanos y alertó al FLN".

En abril de 1958, Francia se asomaba a un Mundial al que abordaba con la percepción de que lo podía ganar (al final fue tercera). Reconstruye el periodista Miguel Angel Lara: "El día 12, una de las referencias de la selección del gallo, Rachid Mekhloufi, se entrenaba con el Saint-Etienne, que se jugaba plaza europea ante el Beziers. Después de ducharse se encontró cara a cara con Mokhtar Arribi (Lens) y Abdelhamid Kermali (Lyon). Su sorpresa al verlos fue mayor al oír su saludo:

-Mañana nos vamos.

-¿Adónde?, preguntó el jugador estrella de Les Verts.

La respuesta de sus colegas fue rotunda:

-A Argelia, a unirnos al combate de nuestros hermanos.

Mekhloufi no lo dudó. Nacido en Setif, la masacre de su ciudad y la de Guelma (más de 10.000 muertos en mayo de 1945) le habían dejado una profunda huella. «Me llamaba mi país, no podía negarme», explicó años después". El fútbol se convertía en revolución.

La guerra terminó en 1962. En cuatro años, el equipo del FLN disputó 91 partidos de exhibición, ninguno en suelo argelino. El recorrido incluyó 65 victorias, 13 empates, 13 derrotas, 385 goles a favor y 127 en contra. Dejaron una huella. Otra huella.

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No caben dudas: a ese equipo le faltó su arquero perfecto. Albert Camus, quien falleció en 1960, dos años después de la formación de ese equipo mágico y dos años antes de la independencia reconocida.

Hubo un día en el que Charles Poncet, amigo íntimo de Camus, tuvo una osadía de las grandes: le preguntó a quien ya tenía el Premio Nobel de literatura entre sus antecedentes qué habría elegido si la salud se lo hubiera permitido: el fútbol o el teatro. Entonces, el brillante escritor nacido en Argelia en tiempos de la ocupación francesa le respondió con la naturalidad de su certeza: "El fútbol, sin dudas".

Camus lo contó alguna vez: "No hay lugar en el mundo en que un hombre pueda sentirse más contento que en un estadio de fútbol". Y agregó otra frase a su recorrido de elogios a ese deporte que abrazó tanto como a las palabras bien escritas: "Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". Lo dijo cuando la Copa del Mundo estaba interrumpida por la Segunda Guerra y por sus consecuencias y él ya había escrito dos de sus libros fundamentales: El extranjero (1942) y La peste (1947).



Diario Le Combat, sobre la muerte de Albert Camus.

Su madre, Catalina Elena Sintes, era analfabeta y sorda. Su padre, Lucien Camus, trabajaba en una finca vitivinícola para un comerciante de vinos de Argel. Le pagaban menos que muy poco. Eran días difíciles para los Camus. La Argelia que el pequeño Albert tanto quería era un territorio de postergaciones. El fútbol, entonces, ocupaba ese lugar de pequeño paraíso posible.

No parece ilógico imaginar que ese Camus inspiró a aquel equipo de argelinos rebeldes.

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Tampoco sería raro interpretar que en aquella campaña fundacional del Mundial de 1982, en España, que incluyó la histórica victoria 2-1 ante Alemania Federal, mucho tuvieron que ver aquellos antecedentes.

El Molinón lucía como en las mejores citas. Como cuando el Sporting de Gijón era protagonista central del fútbol español a fines de los años setenta. O como muestra la película Volver a empezar, de José Luis Garci, ganadora del Oscar a mejor película extranjera por esos días. Unas 40.000 personas habían ido aquel 25 de junio de 1982 a presenciar una fiesta de fútbol. Eran casi todos españoles ávidos de Mundial. Pero también había austríacos y alemanes para ver a sus seleccionados en el cierre del grupo 2. Y hasta argelinos expectantes, porque de ese desenlace dependía su histórica chance de superar la primera fase.

Pero la pretendida fiesta del suspenso se transformó en lo más parecido a una vergüenza. Casi el único resultado que clasificaba a los dos europeos sucedió: Alemania se impuso 1-0. Y esa gente -casi toda esa gente- expresó durante y después del partido su fastidio y su decepción. "Tongo / tongo", gritó la mayoría. "Que se beseeeen / que se beseeeen", ironizó otro de los cantitos. El partido también ofreció un tributo al ausente damnificado. El Molinón terminó cantando: "Ar-gelia / Ar-gelia / Ar-gelia".

Sí, ​por Argelia. Por los herederos de aquella revolución y de aquella Independencia. Nada menos.

jueves, febrero 04, 2021

El fútbol que vence a la guerra




Ese ruido que parece hostil es una preciosa mentira. No se están matando bajo el oscuro cielo de Kabul. Hay disparos que no invitan a dolores inmediatos. Hay gritos que no son desencantos sino hermosos desahogos. Afganistán escucha los sonidos de siempre pero esta vez no lastiman, cuentan otra historia: el fútbol, increíble espejo de tantas cuestiones, es ahora motivo de una felicidad.

Lo contó desde el lugar de los hechos el periodista Subel Bhandari, de la agencia DPA: "Durante largas horas resonaron disparos, pero esta vez el sonido de los fusiles Kalashnikov no tenía nada que ver con la guerra en Afganistán: eran la celebración por el primer título internacional de fútbol de la selección nacional". Las escenas sucedieron en el último septiembre, luego de la victoria en la final de la Copa Sudasiática, 2-0 frente a la India, en Katmandú, Nepal. En simultáneo, vía Twitter, Ahmad Shudsha -militante regional en nombre de los derechos humanos- escribía: "No son disparos de guerra civil ni de los talibanes ejecutando gente, sino de alegría". Por primera vez en demasiados años, tremenda paradoja, las armas ofrecían un mensaje feliz.

Pasaban otras cosas allí hace poco más de una década en tiempos del régimen talibán. En la misma Kabul, los escenarios desoladores se repetían sin interrupciones. Guerras internas, invasiones externas, conflictos diversos. Todo aportó para que el paisaje se deshiciera, para que las grietas y los escombros se apropiaran de cada porción de territorio. Pero también allí, desde las alturas del Tapa Maranjan, había espacio para un asombro: sobre un césped que parecía absurdo para el contexto, que en algún tiempo había sido campo de golf para ocio de los poderosos de turno, los hombres jóvenes jugaban cada tarde al fútbol. Como si se tratara de una tregua en tiempos devastadores. Corrían, pateaban, incluso gritaban una osadía: goles ante los oídos vigilantes de los implacables guardianes talibanes.

Enfrente había un emblema de esos tiempos inaceptables: el estadio Ghazi, el lugar más relevante para el deporte de este país de padecimientos repetidos. Allí cada viernes se ejecutaba, apaleaba, apedreaba y golpeaba a todos los hombres que las autoridades de entonces entendían como inapropiados. El martes era el turno de las mujeres. Ocurría que el viernes era considerado un día santo y por lo tanto las mujeres no merecían el patético honor del castigo en ese día. La gente era obligada a concurrir a los martirios. Las calles eran cercadas con vallas y todos los caminos conducían al estadio, donde camionetas 4x4 pobladas de talibanes con armas inmensas se encargaban de ordenar el listado de los inminentes crímenes. Ahí también ahora, una felicidad sucede: aquellos audaces que gritaban goles, por primera vez en su vida de tropiezos pueden sentirse campeones. No sólo por la gloriosa participación reciente; sobre todo, porque el fútbol sucede con la naturalidad de un amanecer.

El fútbol en Afganistán es la historia de una reconstrucción. Lo señala el periodista Andrés Burgo, siempre afín a estos recorridos periféricos vinculados al deporte: "El 20 de agosto, también sucedió en Kabul algo que excede cualquier resultado. Ese día, después de 10 años, la selección de Afganistán jugó su primer partido como local, y fue en el mismo estadio que los talibanes usaban para sus ejecuciones. Era la época en que se habían prohibido los barriletes (todo lo que estuviera cercano al cielo era ofender a Dios) siguiendo por la libertad física de las mujeres (esa imagen de los burkas tapando los rostros) y en el medio, entre otras tantas cosas, el fútbol. El torneo local estuvo suspendido 15 años y recién volvió a jugarse en 2012. Ahora se disputa la segunda edición". Cambian las sensaciones. En un país y en una región en la que el cricket es el deporte más popular, el fútbol asoma su inmensa cabeza. Y eso también es un síntoma.

La historia retrata al afgano como un seleccionado acostumbrado a perder e invariablemente ajeno a las grandes citas. El primer partido con carácter oficial se disputó recién en agosto de 1941. Y a la distancia, ese 0-0 frente a Irán tiene un carácter casi épico en términos del resultado. Los Leones -como los llaman- jamás jugaron un Mundial ni una fase final de la Copa de Asia. Su único registro en una competición de la FIFA aconteció en los Juegos Olímpicos de Londres 1948. Un partido, una derrota, una demostración: Luxemburgo lo goleó 6-0 en el debut y despedida. Hubo largas ausencias por los dolores y las cicatrices que la vida de este país cuenta.

Pero, parece, ya es otro el seleccionado afgano. Poco se parece -incluso- a aquel plantel de 2004 que se terminó desmembrando por la deserción de nueve de sus integrantes en ocasión de un viaje a Italia para disputar un amistoso ante Verona. En el último ranking de la FIFA, publicado en setiembre, Afganistán alcanzó su mejor ubicación histórica: está en el puesto 132, delante de -por ejemplo- Tahití, el campeón de Oceanía y participante de la reciente Copa de las Confederaciones de Brasil. Parece un detalle poco significativo, pero resulta estrictamente un hito. Es más: Afganistán es uno de los principales candidatos a ganar el premio honorífico que la FIFA ofrece al seleccionado de mayor progreso en el año. De enero a septiembre, el equipo dirigido por Mohammad Yousef Kargar -un ex campeón nacional de esquí que fue futbolista y que ahora es el mejor técnico de la historia de este territorio- avanzó 54 lugares.

De repente, por un instante, la escena les pertenece a los olvidados. Mansur Faqiryar, quien nació muy cerca de esos disparos que se animan a celebraciones, es la principal figura de un equipo decididamente ajeno a la elite. Es arquero, ataja para el Oldenburg, de la quinta categoría de Alemania, pero en su país todos creen que es un superhéroe. El Buffon y el Casillas de Kabul. En la semifinal de la Copa Sudasiática atajó dos penales frente a Nepal. En la final, dicen que voló como si fuera el dueño del aire. Por ese motivo recibió un premio: el presidente Hamid Karzai le otorgó 20.000 dólares a modo de reconocimiento por los servicios prestados. También fue premiado como el mejor futbolista del torneo.
 
Otro caso: Zohib Islam Amiri es un emblema del actual plantel. Juega como defensor y es quien más partidos internacionales acumula. También es un retrato: juega al fútbol en Mumbai, allí donde se filmó la película Slumdog Millonaire, de Danny Boyle. Por un momento, camino al título, Amiri se sintió Jamal Malik, el estupendo personaje construido por Dev Patel en el film. Hizo lo mismo, pero en otro terreno: respondió con la constancia de un campeón. Y como él, otros nombres tan lejanos para el Camp Nou o Wembley o el Maracaná: Sandjar Ahmadi o Hashmatullah Barakzai, quienes brindaron goles decisivos.

Queda claro: los mejores días están sucediendo ahora. También lo cuentan las calles, los parques y los restoranes. Nunca como en el último septiembre se vivió tal fervor alrededor del fútbol en la capital de este país, uno de los más pobres del mundo (ocupa el lugar 175 entre 186 en cuanto a su Indice de Desarrollo Humano, según datos de la ONU). Expresaron las agencias de noticias que el parque central Shar-e-Nau era una fiesta de colores y de entusiasmos, tras la victoria en Katmandú. Allí se transmitió el partido frente a India en pantalla gigante. Un milagro sucedió bajo ese cielo: la gente sintió que podía bailar y cantar y saltar sin que nadie prohibiera ni limitara nada. En paz. Y así lo hicieron hasta bastante después de finalizado el encuentro. En algunos puestos de alimentos y en restoranes se regaló comida. Parecía una fábula. Pero era otra cosa: un auténtico sueño de fútbol capaz de matar a cualquier guerra, al menos por un rato.


Texto publicado en Planeta Redondo, de Clarin.com


La celebración, del estadio a las calles.

jueves, enero 07, 2021

Gracias, Negro


Uno de los grandes relatos de la historia del fútbol argentino, un cuento que dura para siempre: 19 de diciembre de 1971, de Roberto Fontanarrosa.

Aclaración: np hace falta ser hincha de Rosario Central para que te encante.

Para que la cuarentena sea más amena. #QuedateEnCasa y disfrutalo al Negro, ese mago de las palabras y de las picardías.

Gracias, Negro.