Muchachos
La voz ya está gastada, pero ahí anda, por los aires de los lugares más diversos y dispersos. Desde el Lusail de la gloria, ahí en las puertas de Doha; en las calles en días de reconstrucción de La Banda, en Santiago del Estero; en una Buenos Aires que se olvida de su "ombliguismo" y en la que caben todos, los de acá, los de allá, los de cualquier color, los distintos, los propios, los ajenos.
En Dacca, la capital de los hermanos de Bangladesh, donde las disfonías de aquellas épicas reivindicatorias de Diego se hacen perfecto eco ahora; en sus escenarios similares del sur de la India y de Sri Lanka; en la inmensa China, donde gritan por ese país que ya no es tan remoto, es parte de un ida y vuelta de un conocerse, de un abrazo que nace queriendo nacer.
También en el Africa subsahariana de tantos dolores donde los mismos que evocaban y evocan a Lumumba o a Sankara ahora tienen dibujado a Lionel -un tal Messi- en la piel, en alguna remera de harapos sin disimulo, pero sobre todo en el alma. Quiso el destino y la magia y quién sabe cuántas cosas más que el rosarino que necesitaba vitaminas en su niñez es hoy la vitamina imprescindible para esos chicos de esos países que las agencias de noticias casi nunca mencionan: Mauritania, Sudán, Botswana, Sierra Leona, Etiopía, Eritrea, Somalía...
Los nadies, diría Galeano. Esos nadies que son por el rato que dura la belleza de un gol argentino un grito que se escucha por otros rincones de tantas periferias identificadas con una camiseta de dos colores -celeste y blanco- y varias historias que los tienen a ellos como aliados de una celebración, de una curiosa amalgama: La Mano de Dios es un puñal tardío al Imperio Británico que tanto daño repartió entre sus colonias; la Copa de Messi, despojada de los brazos franceses, es el monumento que Francia no hizo a tantos negros caídos en la Segunda Guerra peleando en nombre de una bandera que no les pertenecía, que no los cobijaba.
Y ahí va el grito, que nace, que crece, que dura, que se repite, que se hace eterno en los cielos de un mundo que sabe, que comprueba, que allí todo es celeste y blanco.
En Argentina nací
Tierra del Diego y Lionel
De los pibes de Malvinas
Que jamás olvidaré
No te lo puedo explicar
Porque no vas a entender
Las finales que perdimos
Cuántos años las lloré
Pero eso se terminó
Porque en el Maracaná
La final con los brazucas
La volvió a ganar papá
Muchachos,
Ahora nos volvimos a ilusionar
Quiero ganar La Tercera
Quiero ser campeón mundial
Y al Diego
Desde el cielo lo podemos ver
Con Don Diego y La Tota
Alentándolo a Lionel
Muchachos
Ahora nos volvimos a ilusionar
Quiero ganar la tercera
Quiero ser campeón mundial
Y al Diego
Desde el cielo lo podemos ver
Con Don Diego y La Tota
Alentándolo a Lionel,
Y ser campeones otra vez,
y ser campeones otra vez.
///
"Es por los pibes", grita Diego Maradona a la salida del vestuario en el estadio Azteca. Tiene 25 años y es el líder de un equipo que va a enfrentar a Inglaterra cuatro años después de la Guerra de Malvinas. El pibe de Fiorito tiene memoria. Los mira a sus rivales con cara de guerrero. Luce enojado, pero sobre todo convencido. Insiste en su grito. Arenga. El convencido convence a los suyos y desanima a los rivales a los que luego les va a hacer el Gol de la Mano de Dios y el Gol de Todos los Tiempos. Mago de la historia.
El Mago de la historia, sin embargo, no tenía idea de los lejanos alcances de su hechizo de fútbol. En Bangladesh, que por estos días fue foco de las noticias por un salvaje superciclón que causó daños enormes, esos dos goles mágicos se gritaron más que en la Argentina. Coparon las calles. No vinieron al Obelisco. Pero llenaron todos sus rincones. Vestidos de Diego, de Argentina. Era por entonces el país más densamente poblado del mundo -hoy, según el censo de 2010, cuenta con unos 170 millones de habitantes-.
Lo cuenta el periodista y escritor Andrés Burgo, autor del estupendo libro El Partido: "Fue una revancha en pantalones cortos". Sí, para la Argentina, pero también para esos hombres y mujeres que hablan bengalí. La victoria de Diego y su manada posibilitó ver al León arrodillado para un país que mucho sabe y conoce de castigos imperiales.
La sangrienta rebelión de 1857, conocida como La Rebelión de los Cipayos, dio lugar a la transferencia de la autoridad local a la Corona. Un virrey del Reino Unido se encargó de la administración del territorio. Durante el dominio colonial, la Gran Hambruna de Bengala de 1943 se cobró más de 3 millones de personas.
Mariano Rodríguez Ocón es argentino y trabajó para la British American Tobacco en Daca, la capital de este país del sudeste de Asia. Lo cuenta ahora, ya en Buenos Aires: "Es un país increíble respecto del vínculo con la Argentina y nuestra Selección. Me sentía Susana Giménez cada vez que me reportaba como argentino. Nos adoran. Me preguntaban por el 86, por Maradona, me mostraban camisetas de Batistuta. Y cada vez que juega la Selección algún evento importante, ellos se juntan ahí. Según pude saber todo esto empezó a partir de la Guerra de Malvinas. El pueblo local tomó parte en contra del Reino Unido"
Lo que pasó aquella ocasión en el Azteca, en cualquier caso, marcó el vínculo para siempre. Si para la Argentina y para Nápoles Diego es Dios, en Bangladesh -país de mayoría musulmana- es Alá.
Se viralizaron durante el último Mundial videos que parecían salidos de González Catán o de San Miguel o de cualquier lugar del Interior de cualquier provincia. Camiones llenos de hinchas con camisetas y banderas de la Argentina. La Diez en la espalda, un clásico. Por Maradona, claro; pero también por Messi.
Ese territorio de Asia resulta un asombro de fútbol. Más allá de que su historia competitiva es, como dicen los que pusieron sus pies colonialistas en esa geografía: "below standard". Por debajo de la media: se trata de un seleccionado acostumbrado a las derrotas. Jamás disputó un Mundial. Jamás consiguió una victoria que le permitiera mostrarse al mundo.
En setiembre de 2011, la Selección argentina -con Messi como emblema- fue a jugar a Bangladesh. Lo retrató el periodista Daniel Avellaneda aquella vez, enviado de Clarín: "Argentina llegó y revolucionó a un país que respira fútbol. La recepción en el hotel estuvo a cargo del equipo femenino local y de un grupo de niñas que regaron con pétalos de rosas el camino de los futbolistas al ingresar. Por supuesto, Messi se llevó la mayoría de las miradas y las fotos".
También se enteró de una historia que parece mito: el año anterior a esa gira, tras la eliminación del seleccionado argentino, en Ciudad del Cabo, frente a Alemania, se multiplicaron los suicidios. Realismo mágico y trágico en versión asiática.
En las prácticas de la Selección de Alejandro Sabella, durante aquella gira, un estadio casi repleto rendía pleitesía a los cracks que a ese país sólo llegaban por televisión. Con sólo mirar estaban agradecidos.
El sentimiento permanece. En Bangladesh los que laten de fútbol laten por Argentina. Por Diego. Por Messi. Por esa zurda que los convocó a gritar por ellos, por nosotros. Que, al cabo, somos los mismos.
*Para el libro "Argentina, el país del fútbol".