Oscar Niemeyer, brasileño, poeta de la arquitectura.
La otra obra de Niemeyer
(dedicada a Macedonia do Mangao)
A ella la habitan mundos
diversos, dispersos, bellezas
Pertinaz, buscó amores
y encontró dolores
Pero siempre está de pie,
ahí, entera, maga de sí misma
Jugó en cornisas lejanas
Invariablemente salió ilesa
Es quejosa, brava, intensa
Es frágil, inabarcable, absurda
Cuando duerme ofrece homenaje
Niemeyer aprende que la creó
///
Los nacimientos de Macedonia do Mangao
Ella fue la hija de un sueño a los tropiezos.
Pero no de un sueño onírico que se esfuma.
Era un sueño de cansancio y de reconstrucción
tras otro día del hastío de obedecer y de callar.
Noche previsible de los que nada tienen.
Oscuridades de la oscura esclavitud.
Macedonia resultó una recién llegada
que tenía varios siglos vividos y dolidos.
Había sido poeta a escondidas, a solas,
antes de nacer en un rincón del Nordeste de Brasil.
Esas palabras le permitían escapar de su condena,
del destino obligado para los hijos de Cabo Verde.
Su mamá, hechicera y viajada por orden ajena,
le habilitó el pasaporte de Yemanyá; nada menos.
Ella lo guardó para siempre entre los ecos
de su tierra y de su mar y de su cielo y de su gente.
Su papá, amigo de los misterios que esconden esos mitos,
hizo lo prohibido: gritó un desahogo de esperanza al verla.
En el primer amanecer de Macedonia la magia sucedió.
Sus padres se abrazaron. El tiempo no fue urgencia esta vez.
Y ese abrazo sigue latiendo en el cuerpo, en el alma
y en las musicales voces de los tres. Aunque ya no estén.
En Sergipe, en Piauí y en Ceará los escuchan.
Y bailan esos ritmos mansos. Desde hace siglos.
Allí, todos cuentan y todos saben lo más relevante:
algún día Macedonia volverá a nacer. Y a ser.
By W.