martes, agosto 11, 2020
El arquero de las manos rotas
De Nicolae Ceaucescu se contaron y se cuentan las peores cosas. Fue la máxima autoridad rumana entre 1965 y 1989 y condujo al país con el rigor de los peores dictadores. Retrató en su tiempo el diario El País, de Madrid, sobre el final de sus días: "Ceaucescu y su mujer gobernaron el país durante 24 años con mano de hierro, con un culto a la personalidad de ambos insólito en Europa y una represión de monstruosas proporciones". El matrimonio fue ejecutado en 1989 tras una sentencia condenatoria por delitos de genocidio, demolición del Estado y acciones armadas contra el pueblo, destrucción de bienes materiales y espirituales y de la economía nacional y fuga de US$ 1.000 millones hacia bancos extranjeros.
Eran tiempos difíciles en Rumania. Y el fútbol servía de retrato de la interna del poder y de maquillaje público para ocultar la verdadera cara del país. El enfrentamiento entre el Ministerio de Defensa y el Ministerio de Asuntos Internos se veía a partir del Marele Derby (El Gran Clásico) entre el Steaua y el Dinamo, ambos de Bucarest. Esta situación tuvo sus mayores expresiones en la década del 80. Entre 1981 y 1984 dominó el Dinamo; desde entonces hasta la caída de Ceaucescu fue el tiempo del equipo del ejército, Steaua.
Dentro de ese contexto hay un personaje emblemático: Hemult Ducadam, arquero del Steaua que en 1986 se convirtió en el primer equipo de Europa del Este en ganar la Copa de Campeones. El escritor húngaro Gyorgy Dragoman se inspiró en aquellos tiempos para el relato de su novela El Rey Blanco. Al momento de la presentación del libro, consultado por el diario La Vanguardia, evocó al arquero de lo imposible: "Ducadam detuvo nada menos que cuatro penales en la final de la Copa de Europa del 86. Era un héroe nacional. Pero, tras aquella final, desapareció del mapa. Corrían muchas leyendas urbanas sobre él. Yo, como muchos, creía que estaba muerto. Se decía que el dictador o su hijo le habían torturado, celosos de su popularidad o porque no les quiso dar un Mercedes que le habría regalado el presidente del Real Madrid. Sin embargo, como si no hubiera pasado nada, un día, en el 2002, puse la tele y lo vi hablando, en una entrevista".
En aquella ocasión, Ducadam relató una historia tremendamente real y curiosamente inverosímil: Steaua tuvo que jugar y entrenarse en Rumania tras el accidente nuclear de Chernobyl, en 1986, poco antes de la final frente al Barcelona, en Sevilla. La recomendación para los arqueros era terrible: "No toquen mucho la pelota porque puede tener partículas radiactivas en su contacto con el césped". Dragomán explicó sobre ese detalle: "La idea de un portero de fútbol que tuviera que huir del balón me pareció de un absurdo total, hasta tal punto que sólo un niño podría contarla sin parecer un bromista". Por eso, un niño es el protagonista de su novela.
La final de Sevilla, disputada en mayo de 1986, lo catapultó a Ducadam a la condición de figura y luego, a la de mito. Hijo de padres alemanes y nacido en Selinac, residencia de muchos rumanos de raza germánica, el inmenso arquero contó el día de la consagración: "Yo creo que hay otros porteros mejores. A mí me gustan Schumacher y Arconada, aunque siempre admiré a Gordon Banks. Además, para mí el mejor equipo europeo es el Dinamo de Kiev". Su modestia no lo salvó de las garras del régimen.
Tras transformarse en el Héroe de Sevilla al detener los remates de Alexanco, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos, Ducadam sufrió una grave lesión que luego le impediría jugar la final Intercontinental contra River, en Japón. La versión oficial indicó una trombosis en el brazo. Pero el fantasma de la sospecha siempre abordó esta historia. Es curioso: ni el propio protagonista lo confirmó jamás. Pero en Bucarest casi nadie duda: a Ducadam le rompieron las manos con las que había hecho campeón al Steaua.
La leyenda urbana señala que había un hombre muy feliz por la derrota del equipo catalán: Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid. Era lógico: Barcelona seguía sin poder ser el Rey de Europa. Cuentan que su alegría la hizo premio: le regaló a Ducadam un Mercedez Benz, una tentación de casi imposible acceso en el régimen de Ceaucescu. Nicu -hijo del presidente del país y mandamás del Steaua- reclamó el auto para él. No hubo caso, Ducadam no cedió. La creencia indica que le rompieron los diez dedos. Lo cierto es que recién volvió a atajar tres años más tarde, pero en un equipo menor, el Vagonul Arad.
Aunque nadie lo confirmó, la versión no parece una locura. Sobre todo, considerando que todo tipo de caprichos de los Ceacescu eran concedidos entonces. También en el ámbito del fútbol. El mejor ejemplo lo exhibió la final de la Copa de Rumania en 1988: hasta los 43 minutos del segundo tiempo el partido estaba igualado en uno. Entonces, el Steaua le convirtió un gol al Dinamo que el árbitro, correctamente, anuló por una posición adelantada. Ante lo que consideraban un despojo, los dirigentes retiraron al equipo de la cancha. Esa misma noche, una orden del Ministerio de Defensa prohibió a los medios publicar la crónica de ese encuentro. La resolución obligaba a esperar la decisión final de la Federación. Dos días después, el fallo era inequívoco: "El campeón es Steaua". A esa altura, el arquero de las manos rotas trataba de recuperarse lejos de esa final, entre olvidos.
Publicado por el autor del Blog en Planeta Redondo. El texto inspiró el tema "El héroe de Sevilla" del grupo Viejo Smoking.