El ministro del Interior de Alemania, Otto Schily, tenía la cara seria. 
La circunstancia obligaba: Alemania, a un año del Mundial de 2006, 
ofrecía al mundo una confesión histórica a través del libro "El fútbol 
bajo la esvástica", una investigación a cargo del historiador Nils 
Havemann. El trabajo -consecuencia de la consulta de muchísimos 
documentos de unos cincuenta archivos de diversos países del mundo- 
ponía algunas verdades al desnudo de los tiempos oscuros de Adolf Hitler
 en el poder. En el recorrido de la obra se demostró -por ejemplo- que 
el Bayern Munich permaneció alejado del nazismo a partir de que su 
entonces presidente, Kurt Landauer, tuviera que exiliarse en Suiza por 
su condición de judío. También se comprobó que el mítico entrenador del 
seleccionado alemán campeón de la Copa del Mundo de 1954, Sepp 
Herberger, había tenido vínculos con Hitler y con el partido 
nacionalsocialista.
Lo dijo Schily en esa ocasión: "No existe en la 
historia alemana ninguna violación más vergonzosa de las reglas del 
deporte y de la humanidad como la sucedida en ese período". En esa 
presentación, surgió un nombre y con él, recuerdos de los días más 
crueles: Julius Hirsch, el wing que Auschwitz mató.
Hirsch fue 
un crack de su tiempo, cuando el fútbol alemán comenzaba a asomar. Lo 
retrata el periodista Francisco Ortí, de El Enganche: "El filósofo 
alemán Theodor Adorno apuntó que 'escribir poesía después de Auschwitz 
es un acto de barbarie'. Julius Hirsch la escribió antes de Auschwitz y 
lo hizo con sus habilidosos pies. Nacido en Achern en 1892, a los diez 
años ya se decantó por el fútbol, pasando a formar parte de la cantera 
del club que amaba, el Karlsruher FV, un equipo que por aquella época 
luchaba por la hegemonía del sur de Alemania. Flacucho y débil, pero con
 una velocidad endiablada y una técnica exquisita, Hirsch no tardó en 
llamar la atención del primer equipo. A los 17 años, el entrenador 
William Townley le alineó como titular contra el Freiburg para cubrir la
 baja del extremo izquierdo titular. Hirsch le enamoró".
Fue 
parte de un Karlsruher que resultó uno de los equipos dominantes de los 
primeros años del Siglo XX. Los que lo vieron y los que contaron luego 
su leyenda señalaban que se trataba de un wing que parecía capaz de 
todo. Aquellos días los describió el blog "Historias de una pasión": 
"Los éxitos del Karlsruher no pasaron desapercibidos para la selección 
nacional que convocó a su famoso tridente formado por Hirsch, Fochs y 
Fürderer. Conocidos como 'El Trío Tormenta', eran considerados piezas 
fundamentales de la Mannschaft de 1911 a 1913. Uno de los partidos más 
recordados fue en Zwolle (Holanda), contra la selección local, que 
finalizó con empate a cinco. Se dice que fue el mejor encuentro anterior
 a la Primera Guerra Mundial".
Tenía todo para destacarse dentro
 de los campos de juego. Pero debió afrontar el primer horror de su 
vida: la guerra. Durante cuatro años sirvió a su país como soldado. 
También se destacó en los campos de batalla y por eso recibió diversas 
condecoraciones. Quiso volver al fútbol, quiso seguir asombrando ahí 
cerquita de la raya, con su astucia. Pero ya no era el mismo. Lógica 
pura: el conflicto bélico le había quitado magia y esplendor. Insistió, 
de todos modos. No sólo era hábil; también era tozudo. 
Los 
tiempos del régimen fueron un dolor para él. Y también el trauma de una 
persecución. Juller -como le decían en confianza- contó su indignación, 
su inquietud y sus temores en una carta a la conducción del Karlsruher: 
"He leído en el Sportbericht de Stuttgart que los judíos deben ser 
despedidos de los clubes, entre ellos del KFV. El amor que le tenía a 
este equipo al que he pertenecido desde 1902 ha desaparecido 
radicalmente. Quería que quedara claro el daño que nos está haciendo la 
nación alemana a un conjunto de personas decentes que hemos demostrado 
nuestro cariño a este país, incluso dando nuestra sangre por él".
No
 pudo escapar de las garras del III Reich. Lo cuenta el sitio La Redó, 
en una suerte de homenaje a Hirsch: "La situación en Alemania se 
complicó para Hirsch y su familia. Intentaba exiliarse sin fortuna y en 
1943 la Gestapo lo encontró y lo envió a Auschwitz. Allí, nadie supo más
 de él; pero luego apareció en uno de los listados con los miles y miles
 de asesinados de ese campo. Aquel muchachito esmirriado, lleno de 
talento, judío y alemán, había dejado todo por la selección de su país".
 A su muerte le pusieron día específico y oficial: 8 de mayo de 1945.
En
 2005, la Federación Alemana de Fútbol fundó el Premio Julius Hirsch. El
 galardón -homologado por la FIFA- pretende animar a las asociaciones 
miembros y a los clubes (jugadores, entrenadores, dirigentes, hinchas) a
 luchar contra la discriminación y la marginación en los campos de 
juego, en los estadios y, por añadidura, en la sociedad. La primera 
edición fue para el Bayern Munich -el club más exitoso de la Bundesliga-
 a consecuencia de la organización del Partido de la Paz entre su equipo
 Sub 17 y un combinado compuesto por jóvenes israelíes y palestinos.
Al 
año siguiente hubo dos premiados: el Proyecto Dortmund -impulsado por 
los hinchas del Borussia- y el emprendimiento "El balón rueda igual para
 todos". En ambos casos se destacó el respeto por la diversidad. Más tarde, el reconocimiento fue para Thomas Hitzlsperger, 
mediocampista del Wolfsburgo. El futbolista dijo entonces: "Es un 
orgullo más grande que cualquier otro en mi carrera". Por ahí andaba, en
 las palabras de Hitzlsperger, la memoria de Hirsch.
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